La ley y el evangelio no pueden separarse. En Cristo se encuentran la misericordia y la verdad; la justicia y la paz se han besado. El evangelio no ha ignorado las obligaciones debidas a Dios por hombres y mujeres. El evangelio es la ley revelada, ni más ni menos. No da más libertad al pecado que la ley. La ley apunta a Cristo; Cristo señala la ley. El evangelio nos llama al arrepentimiento. ¿Arrepentimiento de qué? del pecado ¿Y qué es el pecado? Es la transgresión de la ley. Por lo tanto, el evangelio llama a los pecadores de su transgresión a volver a la obediencia a la ley de Dios. Jesús en su vida y muerte enseñó la más estricta obediencia. Él murió, el justo por los injustos, el inocente por los culpables, para que el honor de la ley de Dios pudiera ser preservado y, sin embargo, la humanidad no pereciera por completo.