Nuestro deber consiste en predicar la fe, en presentar el amor de Cristo en conexión con las pretensiones de la ley; porque la una no puede comprenderse sin la otra. En cada discurso hay que espaciarse en la presentación del amor de Dios tal como ha sido manifestado en Cristo, como la única esperanza del pecador, hasta que la gente comprenda algo de su poder y de su gran valor. Si esto se hace como debiera hacerse, no se dirá de este pueblo que enseña la ley pero no cree en el arrepentimiento, la fe y la conversión. Queremos que estos temas interactúen en la forma como Dios los ha hecho interactuar; sólo entonces la verdad se presentará en forma completa y no como una mera teoría, sino como un poder que transformará el carácter. Entonces será predicada con manifestación del Espíritu y con poder. Entonces los que han aceptado las doctrinas de la Biblia no quedarán sin ser alimentados, porque sentirán la influencia vivificadora del Espíritu Santo.