Es cierto que hay quienes nunca han tenido la luz de la verdad de frente y que mediante la gracia que Cristo les ha dado están guardando la ley hasta donde la comprenden. Los que viven en esta forma de acuerdo con la mejor luz que poseen, no se encuentran en la clase que el apóstol Juan condena. Sus palabras se aplican a los que se jactan de creer en Jesús, a los que pretenden poseer santidad, y al mismo tiempo tratan livianamente los requerimientos de la ley de Dios. Mientras hablan del amor de Jesús, su amor no es suficientemente profundo como para inducirlos a obedecer. Los frutos que llevan muestran el carácter del árbol. Prueban que su fe no es genuina. Sin embargo esta clase, aunque no tiene derecho a nada, aunque no tiene derecho a las promesas de Dios, reclama todas sus bendiciones atrevidamente. Mientras no dan nada lo reclaman todo para sí. Cierran sus oídos a la verdad, rehúsan escuchar el claro “Así dice Jehová”, pero al profesar poseer la santidad engañan a muchos y descarrían las almas por medio de su fe presuntuosa que no tiene fundamento.